El mercader de incienso by Salim Alafenisch

El mercader de incienso by Salim Alafenisch

autor:Salim Alafenisch [Alafenisch, Salim]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 1991-11-04T00:00:00+00:00


Mientras la madre consolaba a su hija, Zaid esperaba en los pastos. Pero Laila no acudió. El pastor empezó a impacientarse, y caminaba inquieto de un lado para otro. Corrió hasta lo alto de una colina, amontonó rocas y piedras para estar más alto por si la divisaba. Esperó y esperó hasta que el sol se situó en el corazón del cielo, pero su amada no apareció.

—Debí haberme quedado con ella en el prado, y si no, deberíamos habernos escondido los dos en una cueva —⁠decía para sí.

Se sintió entonces más solo y abandonado que nunca, invadido por una terrible nostalgia. Sus ojos echaban chispas y, en un arrebato, pateó el montón de piedras, que rodaron una tras otra colina abajo, sobresaltando a los camellos.

Así transcurrió su primer día sin Laila, un día que parecía no tener fin. De muy mal talante volvió con el crepúsculo al campamento. Cuando su madre le puso la cena, apartó el plato y dijo:

—No tengo hambre, hoy he bebido mucha leche.

Su madre se llevó el plato murmurando:

—No hay nada peor que un pastor de camellos con el humor de un camello en celo.

Aquella noche no pudo dormir, y estuvo moviéndose de un lado para otro, esperando a que llegase la mañana. Nada más despuntar el día se dispuso a partir con el rebaño. Su madre, que estaba ordeñando a una camella, le dijo:

—Zaid, ¿cómo eres tan impaciente? ¡Tengo que ordeñar primero a las camellas! Además, ya sabes que si la hierba aún está húmeda les da diarrea.

—¡Pues date prisa! Si les queda leche en las ubres, puedes ordeñarlas luego a la noche —⁠respondió el pastor.

Y, con el bastón, arreó a los animales. De camino hacia los pastos iba dándole vueltas y más vueltas a la cabeza. ¿Estaría enferma Laila? Una vez en el prado, esperó a su amada durante todo el día. No ocurrió nada, y tampoco tuvo fuerzas para dar de beber a los animales, y, al caer la tarde, se volvió con el rebaño al campamento.

Zaid se sumió en un profundo silencio, y cuando alguien le preguntaba, contestaba malhumorado. Aquella misma noche se levantó, encendió fuego y se acurrucó junto a las llamas. Éstas se elevaron e iluminaron la tienda, despertando entonces a sus padres.

—Zainab, ve junto a él —susurró el padre⁠—. Quizá puedas tú sacarle el secreto… conmigo se niega a hablar, y además, las madres tienen una maña especial con los hijos.

La madre se incorporó, ajustó el cinturón de su túnica, y se acercó al fuego. Tostó unos granos de café sobre las brasas y pidió a Zaid que machacara en el mortero los granos tostados. Entre tanto, echó al fuego otra bola de estiércol de camello, puso la cafetera, y le observó de perfil. Zaid le presentó entonces el café molido, sin mirarlo. Mientras el café hervía y su aroma se expandía por toda la tienda, la madre se dirigió a su hijo diciendo:

—Soy tu madre, puedes confiar en mí. ¡Cuéntame lo que te preocupa!

Zaid levantó la cabeza y la miró profundamente conmovido.



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